jueves, 4 de septiembre de 2014

Noches blancas (Le notti bianche, 1957) de Luchino Visconti




"A veces conviene soñar"


En una ciudad provinciana de la península itálica, Mario (Marcello Mastroianni), un oficinista que reside en una discreta pensión, conoce a Natalia (Maria Schell), una bella joven que encuentra llorando por las calles. Mario trata de animarla y ella le cuenta su trágica historia de amor con un forastero que prometió volver a la ciudad un año después y que sigue esperando impacientemente. Tras verse algunas noches más, un enamorado Mario soñará con ocupar el puesto del forastero en el corazón de Natalia.


Evocador filme en el que Luchino Visconti adapta la novela homónima de Fiódor Dostoievski. Alejándose de la estética neorrealista que caracterizó sus inicios como cineasta -la totalidad del filme fue rodada en los estudios de Cinecittà y no en ubicaciones reales como ocurre en las películas de dicho movimiento-, Visconti no deja por ello de dar relevancia a aspectos sociales dentro de su historia. Algunos ejemplos de ello son las tristes circunstancias en que viven las prostitutas de la ciudad o la modesta pensión en que reside Mario.

El relato, que tanto por motivos estéticos como narrativos adquiere el carácter de una ensoñación, nos describe a un personaje mediocre y solitario que encuentra en la figura de Natalia la esperanza que conllevan el amor y unos pocos momentos de felicidad.


Desgraciadamente para él, Natalia no puede olvidar al forastero. La cinta, centrada en la figura de los dos protagonistas, reflexiona acerca de temáticas tan diversas -pero a la vez tan comunes en la obra del autor milanés- como la soledad, el amor o lo efímero de la felicidad, habitualmente condensada en unos escasos y breves momentos de nuestra existencia. 

Desde el punto de vista técnico Noches blancas es una obra excelente. Luchino Visconti da una auténtica lección de dominio de la cámara, los espacios y el tempo narrativo. La fotografía de Giuseppe Rotunno resulta soberbia -ya hemos alabado la atmósfera que distingue el filme- y la composición musical del gran Nino Rota está perfectamente a la altura, como no podía ser de otra forma. 

Hablar de los intérpretes significa irremediablemente destacar sus sentidas y firmes actuaciones. Pese a que el trabajo de Maria Schell es perfecto, queda eclipsado por un Mastroianni estelar que ofrece un trabajo al alcance solo de los más grandes.


Entre las escenas más memorables del filme hallamos la del baile entre Mario y Natalia en el club nocturno y el trágico final, perfecto ejemplo de la conjugación de los elementos antes destacados: Un talentoso director haciendo uso de su maestría, una música acorde a lo emocional del momento y unas interpretaciones memorables. 

Para concluir este comentario, debemos apuntar que con Noches blancas Visconti se hizo con el León de Plata a mejor director en el Festival de Venecia de 1957, hecho muy notable si se tiene en cuenta que competía con Akira Kurosawa y su labor en Trono de sangre (Kumonosu-jô, 1957) o con Satyajit Ray por Aparajito, el invencible (Aparajito, 1957), cinta que ganó el León de Oro a la mejor película. Pero que el italiano es uno de los más destacados cineastas del siglo XX es sabido por todos.





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