"El noventa por ciento del éxito se basa simplemente en insistir".
Virgil Starkwell es un incompetente atracador que fue inducido hacia la vida criminal desde su infancia. Siempre humillado y maltratado por todos, tras un intento fallido de convertirse en violonchelista, acaba por devenir un ladrón. Pero su ineptitud le convierte en presa fácil para la policía y acaba en la cárcel. El amor hacia una bella joven (Janet Margolin), le lleva a intentar reinsertarse en la sociedad; con escaso éxito, claro.
Segundo film dirigido por Woody Allen, quien también escribe el guión -junto con Mickey Rose- e interpreta el papel principal. Como es habitual en los primeros trabajos del maestro Neoyorquino, la película se compone de una sucesión de divertidos gags que funcionan a la perfección, donde encontramos numerosos ejemplos de la influencia de los cómicos clásicos -especialmente Charles Chaplin y Buster Keaton- en el humor de Allen.
La película se nos presenta en forma de falso documental -Allen repetiría esta formula en la genial Zelig (ídem, 1983)-. Mediante entrevistas a los seres más allegados del protagonista (padres, esposa, compañeros de celda...) y las funciones de un narrador omnisciente, se nos van presentando las peripecias del pobre Virgil Starkwell.
Como anunciábamos, la película es ciertamente divertida, pero, pese a poder encuadrarse en el mismo periodo creativo que Bananas (ídem, 1971) o El dormilón (Sleeper, 1973), no posee el trasfondo político y filosófico de estos trabajos.
Lo que resulta innegable es la originalidad y creatividad del director Norte-americano en la composición formal de la película, que resulta disparatada y brillante por igual.
En conclusión, el visionado de Toma el dinero y corre resulta interesante, especialmente si uno es seguidor del cine de Woody Allen. La película posee la frescura característica de los primeros trabajos del director y supuso un gran paso adelante en su carrera, que hoy día no podemos más que agradecer.