¿Sabes que es la cosa más aterradora del mundo? El miedo.
Mark Lewis (Carl Boehm) es un joven que trabaja como cámara en unos estudios de cine británicos y que aspira a ser director algún día. En su tiempo libre realiza fotografías pornográficas para el dueño de un quiosco y graba con su cámara de mano un enigmático documental. Mark es un perturbado que tiene como obsesión retratar las emociones humanas más extremas, especialmente el terror, y para ello asesinará a jóvenes muchachas mientras les filma un primer plano.
El éxito de la película, empero, se sustentara en el realismo conseguido gracias al notable desarrollo psicológico de los personajes, en especial el del protagonista, un joven depravado que de pequeño sirvió como conejillo de indias a su padre, un científico que investigaba la psique humana y el mundo del sueño y las pesadillas. Por ello, Mark se ve desde muy pequeño enfrentado a la que posteriormente será su inseparable compañera, la cámara, puesto que su padre querrá rodar todo su proceso de crecimiento. Lo peor para el niño es que no se conformará con eso, sino que le provocará pesadillas y le despertará bruscamente para ver como reacciona y así poder grabarlo.
Estas torturas, sumadas a la prematura muerte de su madre, hacen de Mark el psicópata que ahora es, y que Michael Powell no trata de ocultar ni un momento, ya que en el inicio del filme nos descubre la identidad del asesino -otro elemento impropio de las cintas del género. Su interés no es que el espectador se pregunte quién es el asesino, sino cómo mata a sus víctimas y porqué.
Terrorífica y rompedora cinta que en su día, y dentro del contexto de una sociedad ultra-conservadora como la británica, cosechó un tremendo fracaso de público y recibió las más duras críticas por parte de los expertos, además de sufrir los cortes de la productora. Afortunadamente el paso del tiempo la ha puesto en el lugar que merece y hoy su categoría de obra maestra del terror y la influencia que tuvo dentro del género están fuera de toda duda.
La película es un ejercicio sereno y sobrio, como era habitual en Michael Powell, acerca de cuestiones moralmente delicadas como el vouyerismo -de ahí el título original del film, Peeping Tom, expresión que usan los anglosajones para designar a la persona que realiza dichas prácticas-, la pornografía o el terror. Pero la cinta también gira entorno al fascinante mundo de la cámara, que aquí es prácticamente un actor principal, ya que Mark la lleva siempre con él y en numerosas ocasiones -nada más y nada menos que en la escena inicial, por ejemplo- el director nos muestra su punto de vista. La capacidad de ésta para captar las emociones humanas obsesionará al protagonista y al propio espectador durante los más de noventa minutos de metraje.
Estas torturas, sumadas a la prematura muerte de su madre, hacen de Mark el psicópata que ahora es, y que Michael Powell no trata de ocultar ni un momento, ya que en el inicio del filme nos descubre la identidad del asesino -otro elemento impropio de las cintas del género. Su interés no es que el espectador se pregunte quién es el asesino, sino cómo mata a sus víctimas y porqué.
En definitiva, una escalofriante cinta, con secuencias para el recuerdo -especialmente aquellas en que se cometen los crímenes, perfectamente elaboradas por Powell- y que marcó tendencia dentro del género de terror, en el que se tomó la técnica del punto de vista del asesino y su mentalidad perturbada como referencia para futuras producciones. La polémica que suscitó dentro del Reino Unido prácticamente dejó en stand by la brillante trayectoria de Michael Powell, que seguramente esta vez fue más allá de lo que los espectadores podían asumir.
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