lunes, 2 de diciembre de 2013

Iván el terrible, partes I y II (Ivan Groznyy I / Ivan Groznyy II: Boyarsky zagovor, 1944-46) de Sergei M. Eisenstein




"La profesión de director de cine puede y debe ser tan alta y preciada que ningún hombre que aspire a ella pueda despreciar cualquier conocimiento que lo haga mejor director o incluso mejor ser humano".

Sergei M. Eisenstein



La primera parte de este díptico sobre Iván IV "el terrible" -interpretado por Nikolai Tcherkassov- narra su asunción del título de Zar de Rusia y su lucha por la unificación de la misma frente a los intereses de los boyardos y la iglesia ortodoxa.

La segunda parte, que cuenta con el subtítulo de "La conjura de los boyardos", se centra en las conspiraciones de los enemigos del Zar con tal de derrocarlo y en los actos que llevó a cabo éste en forma de venganza.


Sergei M. Eisenstein concibió su proyecto sobre el personaje del Zar Iván IV como una trilogía, pero su prematura muerte le impidió concluir la tercera parte, que ya se había empezado a rodar.

Además de este hecho, debemos resaltar que, pese al esplendoroso éxito que tuvo la primera parte en la Unión Soviética, la segunda fue mal recibida, especialmente por las autoridades censoras, quienes decidieron prohibirla -se dice que el propio Stalin veía en la locura de Iván un posible reflejo de sí mismo-. Este es el motivo por el cual el film no fue estrenado hasta 1958, doce años después de su conclusión.

Con la segunda parte censurada y la muerte del director, las autoridades decidieron destruir el metraje existente del tercer film, por lo que sólo se conservan fotogramas del mismo. 


Estamos ante una de las mayores obras de la historia del séptimo arte. Destacan en ella numerosos elementos que trataremos de exponer a continuación.

El estilo visual y formal del film es simplemente único y magistral. Eisenstein, haciendo uso de su enorme talento artístico, presenta una milimétrica puesta en escena de estilo expresionista que consigue narrar una historia mediante imágenes, luces y sombras.


Durante ambas películas nos encontramos con que la cámara apenas se mueve, pues Eisenstein utiliza toda su destreza en las labores de montaje -se le suele considerar el mejor de todos los tiempos en esta faceta- y numerosos primeros planos para desarrollar la narración. 

A lo largo del film encontramos planos sublimes, que han pasado a la historia del cine y que combinan los primeros planos ya mencionados con paisajes de gran profundidad y simbolismo. El juego con las sombras y la insuperable fotografía de Eduard Tissé y Andrei Moskvin resultan claves en este aspecto.


Precisamente el simbolismo es otro elemento a destacar dentro del díptico. Eisenstein utiliza imágenes, sombras y colores para identificar las personalidades de los distintos personajes y su papel en la historia, y construye los planos con tal de que podamos identificar visualmente aquello que nos está contando. El mencionado y marcado simbolismo se evidencia en muchos momentos, como por ejemplo cuando se sitúa a los boyardos en plena conspiración en un suelo que resulta una referencia clara al juego del ajedrez.


El uso del color -blanco y negro, bien y mal- es constante y se acentúa en el tramo final de la segunda parte, que aparece coloreada. En este final predominan los colores rojizos y amarillentos, nuevamente en función de aquello que el director nos quiere expresar.

Que decir de la partitura de Sergei Prokofiev. Corriendo a cargo de, quizá, el mayor compositor del siglo XX, no podíamos esperar menos que una pieza extraordinaria, y eso es lo que nos encontramos, una música que acompaña y ayuda a ambientar la historia en todo momento y que en ciertos instantes alcanza cuotas celestiales, de las que sólo los grandes genios son capaces.


En conclusión, obra cumbre del maestro Eisenstein, uno de los más grandes talentos que se hayan situado tras las cámaras. Parada ineludible para cualquier cinéfilo y/o amante del arte.




                                   

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