Siento decepcionar a muchos pero las siguientes líneas no versaran sobre Jay Z, ni tampoco sobre el excelente base de los Brooklyn Nets, Deron Williams. Con este título hago referencia al magnífico escritor Paul Auster. Cierto es que tanto Auster como los Nets tienen algo en común: los dos nacieron en New Jersey y luego cruzaron el Hudson para afincarse en Brooklyn e intentar triunfar. El primero no hay duda de que lo ha conseguido, en cuanto al equipo de baloncesto, es pronto para pronunciarse.
Pero a lo que iba, la primera vez que vi el nombre de Auster fue en una librería (qué sorpresa ¿eh?). Mi impresora había decidido hacer huelga aquella tarde y yo tenía que imprimir mi TR (un trabajo que se realiza al acabar bachillerato para fustigar a los alumnos catalanes). Para más inri, todavía tenía que hacer un índice de esos que con un clic te llevan al contenido. Como mis conocimientos informáticos son los equivalentes a un niño de cinco años, decidí que lo debía hacer alguien por mí. Me dirigí a la copistería del pueblo, previa subida que casi me deja sin aliento. Llegué, fatigado, pero llegué. Al entrar, un tipo con granos en la cara al que se le empezaba a notar el cartón me miró desconfiado. “¡He encontrado a mi chico!” pensé. Le di mi pendrive (odio la gente que le llama lápiz) y le dije lo que quería. “No hay problema” dijo con un tono calmado, “pero tardaré un poco” añadió. No le iba a meter prisas al que se iba a convertir en mi héroe, así que eché un vistazo al lugar donde me encontraba. A primera vista no tenía nada de especial, estanterías con mil tipos de papeles y encuadernados, lo más interesante era una impresora descomunal que estaba detrás del mostrador.
Al fondo había una puerta, el dependiente me dijo que se trataba de una librería que daba al otro lado de la calle, que podía ir mientras se ocupaba de lo mío. Así que eso hice, como si yo fuera Alicia y la puerta hiciera de madriguera, decidí entrar. Lo que allí vi distaba mucho del país de las maravillas pero decidí adentrarme. Una señora mayor que guardaba un cierto parecido con el dependiente me hizo una leve sonrisa al verme. Yo por mi parte le respondí con una mueca e investigué los libros que tenían. Me detuve primero en una gran estantería, escogí un libro cualquiera, el título del cual era “El sabueso de los Basquerville” de Arthur Conan Doyle. Siempre me había sentido atraído por las aventuras del cocainómano y su fiel escudero, así que le di la vuelta al libro y leí su descripción, la trama parecía ser interesante y además podría valer como apoyo de una mesa. El problema vino cuando vi la etiqueta con el precio. Mi perspectiva cambio repentinamente, ¿más de 20 euros por unos pocos cientos de páginas con una portada bonita?, el mundo se había vuelto loco y nadie me había avisado. Dejé el libro en su lugar y me dirigí a los libros de bolsillo. Se encontraban en una estantería mucho más pequeña que la otra y completamente desordenados. A diferencia de la otra vez no saqué ningún volumen, fijé mi mirada en tres libros de tamaños muy diferentes. Giré la cabeza a un lado para poder leer sus títulos: “El alquimista”, “La Trilogía de Nueva York” y “El símbolo perdido” leí en sus respectivos lomos. No puedo decir que me llevó a elegir el libro de en medio, ni tampoco porque lo llevé a la señora para que me lo cobrara casi sin inspeccionarlo.
Al igual que la mayoría de las novelas de Auster, una pequeña circunstancia del azar hizo que cambiaran cosas en mi vida. Leí ese libro en apenas unas horas y hasta hoy no he parado de interesarme por su obra, incluso también en su obra cinematográfica. Es más que probable que no estuviera escribiendo esto si hubiera tenido el suficiente dinero como para comprar el libro de Sherlock Holmes, o si el dependiente no me hubiera avisado de la existencia de la librería o incluso, si mi impresora no hubiera decidido molestarme aquella tarde. Pero ya que juego a las probabilidades, también es probable que sí que estuviera escribiendo esto, pero no sobre cómo conocí al genio de Brooklyn sino, sobre cómo el libro de Coelho me cambió la vida o cómo me sorprendió el último giro en la trama de Dan Brown, no Danny Brown (jeje). Pero no lo hice, tomé la decisión que tomé y después de leerle, uno no puede negar que el azar vive con nosotros.
PD: aprobé aquel trabajo.
“Nuestras vidas realmente no nos pertenecen, pertenecen al mundo, y a pesar de nuestros esfuerzos por darle un sentido a éste, el mundo es un lugar que va más allá de nuestro entendimiento.” – Paul Auster.
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