"El odio es lo que suscita contiendas, pero el amor cubre hasta todas las transgresiones"
Paul Renard (Phillips Holmes) es un joven francés que ha participado en la I Guerra Mundial y que vive obsesionado por el recuerdo de un soldado alemán al que asesinó con su bayoneta. Tras acudir a la iglesia para confesarse, llega a la conclusión que la única forma de liberarse de sus remordimientos es visitar a la familia del chico al que mató en Alemania.
Lubitsch -no hay que olvidar que el cineasta era berlinés- nos muestra en The Broken Lullaby a un pueblo alemán encolerizado por la derrota y lleno de odio por la humillación sufrida tras ésta. La familia Holderlin no es una excepción, y cuando reciben la visita de Paul la primera reacción del padre (un pletórico Lionel Barrymore) es la del más absoluto desprecio. Siendo así, contar la verdad todavía le resultará más difícil al protagonista, que acabará inventando que conocía al joven Walter de los tiempos en que estudiaba en el conservatorio de París. A partir de este momento, la actitud de los Holderlin cambiará por completo, verán en Paul a un nuevo hijo y lo aceptarán en su familia pese a la oposición de todo el pueblo, que sigue viendo en él a uno de los franceses que asesinó a los hijos de su patria.
Cuando uno piensa en Ernst Lubitsch lo primero que se le viene a la cabeza son aquellas maravillosas y sofisticadas comedias de los años treinta y cuarenta; inigualables, repletas de ese indescifrable toque Lubitsch que las distingue de cualquier otra cinta del género y que le identifican como uno de los cineastas más grandes de la primera mitad del Siglo XX. Siendo así, puede sorprender el hecho de que el berlinés dirigiera este estupendo drama anti-belicista, lo cual es razonable, pues aunque Lubitsch dirigió numerosos dramas en su etapa alemana y en el cine mudo, la película que aquí nos ocupa es su único film dramático sonoro. Aún así, Remordimiento es un excelente alegato en favor del amor y en contra del odio entre los pueblos que se erige como uno de los títulos más destacados de su célebre autor.
Se trata de un drama sencillo en sus formas, de acuerdo, pero no se puede negar su elegancia ni la absoluta riqueza de sus ideas, más aún si se tiene en cuenta que fue producida en el periodo de entreguerras y en pleno auge del fascismo en Alemania. De entre todas las escenas del film, nos quedamos con aquella en que el Doctor Holderlin entra en el bar del pueblo y se encuentra con la desaprobación de sus amigos por la cordialidad mostrada ante el visitante francés. Al darse cuenta de la situación, el Doctor les responde con un emotivo discurso que pone de relieve el absurdo del odio entre los hombres, pues éste no genera más que dolor y nuevamente odio. Al finalizarlo, un joven herido de guerra que se encuentra en la otra esquina del bar se levanta costosamente con sus muletas, se acerca a Holderlin y le da la mano en muestra de gratitud por sus sabias palabras. Una escena para reflexionar, y mucho.
En definitiva, un emotivo filme que ensalza los valores que nos hacen a todo humanos, y por lo tanto a todos iguales, y que evidencia el absurdo de una guerra cuyas únicas consecuencias, además de los nueve millones de muertes, fueron la destrucción de centenares de miles de vidas; la de todos aquellos que perdieron a un hijo, a un esposo o a un amigo para siempre. Más que recomendable.
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