martes, 8 de octubre de 2013

Luces de la ciudad (City Lights, 1931) de Charles Chaplin



"A fin de cuentas, todo es un chiste."


Un vagabundo (Charles Chaplin), vive un sin fin de aventuras con el objeto de ayudar a una joven ciega de la que se ha enamorado perdidamente. Así, hará amistad con un multimillonario con tendencias suicidas que tan solo le reconocerá en estado de embriaguez, se verá envuelto en un combate de boxeo ante un temible adversario y será perseguido por la policía por ladrón. 


A mi entender, Chaplin realiza aquí una de sus mayores obras cinematográficas, pese a que "Luces de la Ciudad" no posee el trasfondo político y sociológico de otras de sus aclamadas obras maestras, como "El Gran Dictador" o "Tiempos Modernos" , estamos ante una de sus películas más divertidas, lo que la convierte en otra indiscutible obra maestra de este genio del humor.

Las aventuras y desdichas de Charlot se suceden en este film en el que el desgraciado personaje vive un amor idílico con una joven vendedora de flores ciega. Esta historia de amor imposible, mil y una veces repetida por parte de los cómicos del periodo silente del cine, sirve a Chaplin para arrancarnos sonrisas y carcajadas y traernos la sabia reflexión de que la felicidad no viene determinada por las posesiones materiales (recordemos que en el film aparece un millonario que trata de suicidarse repetidamente y en contraposición dos jóvenes en apuros económicos que mediante el amor mutuo encuentran la felicidad). 


Como siempre, Chaplin no se limita a dirigir y protagonizar el film; tanto el guión como la banda sonora original corrieron a su cargo. Virginia Cherrill y Florence Lee acompañaron a Chaplin en los papeles más destacados del reparto, y Rollie Totheroh y Gordon Pollock se encargaron de la notable fotografía.


Resulta indispensable destacar dos escenas en particular de esta película; las escenas correspondientes a las dos imágenes anteriores. En primer lugar, la escena de la cena, en que Charlot y su suicida amigo acuden a un restaurante completamente ebrios, y organizan un auténtico escándalo, provocando peleas y destrozando el mobiliario. En el segundo, la escena de la velada de boxeo, en la que el contrincante de nuestro protagonista (con el que había llegado a un acuerdo para amañar el resultado y repartir los beneficios) es sustituido por un tipo durísimo y sin ninguna compasión. En esta escena, tanto la coreografía de la lucha como la banda sonora adquieren una relevancia evidente. Estamos ante los dos momentos más hilarantes y divertidos del film, así como de la filmografía del maestro Chaplin.

En conclusión , una obra maestra más de uno de los mayores genios del humor del siglo XX, y uno de los directores más polifacéticos, y, en definitiva, más formidables de la historia del cine.






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