viernes, 9 de enero de 2015

El Hobbit: La desolación de Smaug (The Hobbit: The Desolation of Smaug, 2013) de Peter Jackson



"La fantasía es, como muchas otras cosas, un derecho legítimo de todo ser humano, pues a través de ella se halla una completa libertad y satisfacción"

J.R.R. Tolkien


Bilbo Bolsón (Martin Freeman) continúa su viaje junto al mago Gandalf (Ian McKellen) y trece enanos en una épica tentativa de recuperar el reino de Erebor. En esta ocasión, encontrarán múltiples peligros, entre los que destaca la temible presencia del dragón Smaug.


Visto lo visto en la primera parte de esta nueva trilogía de Peter Jackson basada en la obra de Tolkien, había que ser muy optimista para esperar gran cosa de La desolación de Smaug. Aquellos que éramos más escépticos teníamos razón al prever que el director neozelandés volvería a estirar la cinta de forma incomprensible en un vano intento por igualar la épica de la trilogía de El señor de los anillos. El error de Jackson y sus colaboradores es de cajón, ¿cómo se puede pretender realizar un filme dividido en tres partes, con un total de más de ocho horas de duración, a partir de un libro relativamente breve que no es más que un cuento? Para conseguirlo, introducen en la historia acontecimientos inexistentes en el texto original, la presencia de algunos personajes que favorecerán la taquilla -véase Légolas, interpretado por Orlando Bloom- y un ridículo triángulo amoroso que resulta patético. Cosas de Hollywood.

Resulta triste pero es así, las pretensiones de los autores de este filme son enormes, y los resultados mediocres. Ni tan sólo en esta ocasión los aspectos técnicos salvan la función, pues a parte de resultar artificiales -y artificiosos- no aportan nada a la continuidad de una torpe narración incapaz de conjugar los momentos de acción con las pausas y las construcciones de nuevas situaciones dramáticas.


No seremos nosotros quienes defendamos que hay que adaptar al cine las obras literarias al pie de la letra. Al contrario, el cine es un arte perfectamente maduro y puede, sin lugar a dudas, aportar su visión -o la de los respectivos autores- de los clásicos literarios, pero una cosa es reformular un escrito, enfocarlo distintamente o aportar una visión personal del mismo, y otra muy distinta es ampliarlo por motivos comerciales incluyendo fragmentos que rozan el ridículo.

En fin, quizá lo peor de todo sea que el éxito cosechado por esta cinta fuera más que notable, tanto en el sentido económico como en lo que respeta al público y a ciertos sectores de la crítica -la afín a Hollywood, claro.

No nos quedemos sólo con lo malo: Los efectos sonoros resultan notables y seguramente visualizar la película en 3D pueda ser una experiencia más entretenida que el visionado convencional.





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