"La vida de los muertos está en la memoria de los vivos."
Cicerón
John May (Eddie Marsan) es un solitario funcionario público de mediana edad encargado de encontrar a los parientes más cercanos de las personas que acaban de morir y se encontraban en un estado de soledad absoluta, muy parecido al que él mismo vive. En un momento dado, su jefe le anuncia que será despedido en cuanto cierre su último caso, la muerte de su vecino de enfrente.
Uberto Pasolini -cineasta italiano que curiosamente, y pese a su apellido, comparte parentesco con Luchino Visconti y no con Pier Paolo Pasolini- presenta con Still Life su segundo largometraje como director. Más conocido por sus labores en la producción -Full Monty (1997)- Pasolini se muestra como un sobrio y talentoso autor, conocedor del oficio y capaz de narrar una historia plagada de emoción y a su vez de inteligencia.
En Still Life se nos presenta un personaje meticuloso, solitario y maniático, pero sin caer en clichés que podrían resultar cómicos. Este hombre vive de forma ordenada y se implica totalmente con su trabajo y las personas cuyos entierros debe organizar. Tanto es así que guarda en un álbum las fotografías de todos los casos en que ha trabajado, como si de su familia se tratara.
Cuando le anuncian su despido, May tiene la determinación de cerrar su último encargo de forma distinta a la habitual. Esta vez no quiere ser el único asistente a la ceremonia fúnebre, sino que está decidido a recorrer el país y convencer a las personas que han formado parte de la vida del difunto para que estas también se impliquen.
En su viaje, conocerá a los amigos del pasado, a las antiguas parejas e incluso a las hijas del traspasado, y tratará de convencerlos a todos para que acudan al entierro. Mientras todo esto ocurre, él mismo se liberará, verá en si mismo la figura de su vecino y poco a poco asistiremos a algunos cambios en su rutina que anunciaran una realidad: John May se ha decidido a vivir y a luchar contra el sentido de las cosas tal y como están en su (nuestra) sociedad, cada vez más deshumanizada y falta de empatía.
En palabras del propio director: "Mis principales referencias visuales eran las últimas cintas de Ozu, con esas imágenes tan reposadas, pero tan poderosas, de la vida cotidiana". Y ciertamente, la película de Pasolini posee un carácter sobrio y refleja la cotidianidad al más puro estilo Ozu, aunque comparar a alguien con el maestro japonés siempre es exagerado.
De lo que no hay duda es de que el italiano consigue sus objetivos en el aspecto formal, e igualmente elabora un filme con un final agridulce que nos recuerda que la vida hay que vivirla, por tópico que esto suene. Emotiva, sincera y bien elaborada, Still Life es una buena película entorno a la muerte y el papel que esta juega, en su representación física -los cuerpos de los muertos-, entre los vivos. Teniendo en cuenta que nos espera a todos, quizá debiéramos ser más empáticos con los muertos y no olvidar que tras ellos hay toda una vida de experiencias que sin duda han marcado la vida de muchos otros.
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