lunes, 30 de marzo de 2015

Sergio Leone: El icono del spaghetti western



Sergio Leone nació en Roma, Italia, el 3 de Enero de 1929, y falleció a causa de un ataque al corazón en esa misma ciudad el 30 de Abril de 1989. Su breve trayectoria tras las cámaras -tan solo aparece como director jefe en los créditos de siete filmes- le valió para ganarse la fama mundial, lanzar el subgénero del spaghetti western al estrellato y realizar una personal incursión al mundo de la mafia mediante su magna obra -que no la mejor- Érase una vez en América (Once Upon A Time In America, 1984).


No es sencillo ganarse la fama y la reputación que hoy en día atesoran a Sergio Leone. A menudo, además de un gran talento, requiere de acierto y fortuna, y sin duda estos dos elementos acompañaron al cineasta italiano durante sus primeros años tras las cámaras. Aunque el éxito comercial del romano y su reconocimiento se puedan considerar algo desproporcionados, no hay duda de que Leone fue un cineasta mayúsculo que trabajó bajo una visión personal y efectiva del cine y que consiguió legarnos obras imprescindibles dentro del western moderno.

Leone nació en el seno de una familia muy cercana al mundo de la gran pantalla. Su padre, Vincenzo Leone, había sido uno de los directores pioneros de la cinematografía italiana bajo el seudónimo de Roberto Roberti -aunque cuando Sergio nació su carrera ya estaba acabada- y su madre, conocida como Bice Valerian, había sido una de las musas del cine italiano de los años veinte. Siendo así, no es de extrañar el temprano interés de Leone por el mundo de la cámara, aunque su padre siempre fue reacio a que su hijo adoptara su misma profesión, por lo que llegó a matricularlo en derecho. 

Pese a ello, Leone abandonó sus estudios y aprovechó las amistades de su padre para introducirse en el mundillo como ayudante o actor amateur. En esos primeros años, el director trabajó a las órdenes de grandes nombres del panorama nacional, como Vittorio de Sica, pero también de algunos maestros del Hollywood clásico como William Wyler, Fred Zinnemann o Robert Wise, aprovechando que estos rodaban superproducciones de carácter histórico en Cinecittà. 

Tras suplir a otros directores y trabajar como guionista en sendas producciones, Leone se ganó el favor de la industria y en 1961 consiguió dirigir su primer filme en solitario, una película histórica de aventuras de escaso interés, El Coloso de Rodas (Il Colosso di Rodi, 1961). Pero, tras un par de años más como ayudante, al director italiano le surgió la posibilidad de dirigir un Western de bajo presupuesto que acabaría convirtiéndose en el primer paso de su Trilogía del dólar y el primero de sus cinco clásicos de dicho género. Así, Leone dirige Por un puñado de dólares (Per un pugno di dollari, 1964), un remake del clásico de Akira Kurosawa Yojimbo (ídem, 1961), film que, además del éxito, le traería ciertas complicaciones judiciales. 

Con La muerte tenía un precio (Per qualche dollaro in più, 1964) y El bueno, el feo y el malo (Il buono, il brutto, il cattivo, 1966) Leone alcanza definitivamente el estatus de maestro, lanza al estrellato un subgénero hasta entonces menospreciado como el spaghetti western y demuestra ser un cineasta con personalidad y talento. También Clint Eastwood se benefició del éxito de estas cintas en su faceta de actor, hasta entonces muy centrada en el ámbito televisivo. En 1968 Leone filma su obra maestra, un western titulado Hasta que llegó su hora (C'era una volta il west) en el que su nuevo estatus queda patente al poder contar con verdaderas estrellas del panorama cinematográfico en los papeles principales: Henry Fonda, Charles Bronson y Claudia Cardinale. 

Éste fue el penúltimo western de Leone, que de 1971 en adelante centró todos sus esfuerzos en poder llevar a cabo su proyecto soñado, un drama criminal ambientado en el Nueva York de principios de Siglo: Érase una vez en América (Once Upon A Time In America, 1984). Una obra que, aunque va de más a menos, resulta mayúscula y que nuevamente comportó numerosos conflictos judiciales a su creador, pues sus más de cuatro horas de duración fueron recortadas por las distribuidoras estadounidenses, causando grandes disgustos al director romano, que la consideraba su obra definitiva. El cineasta murió en 1989 debido a un ataque al corazón mientras preparaba un nuevo proyecto, en esta ocasión sobre la batalla de Leningrado.


El cine de Leone se recuerda aún gracias a su inigualable épica, a las composiciones de Ennio Morricone y la fotografía de Tonino Delli Colli, que siempre le acompañaron, a su pausado ritmo narrativo que derivaba en escenas de tremenda acción y sobretodo por esos extremos primeros planos que tanto caracterizaron sus cintas. Sin Leone no podemos entender la fama del spaghetti western, ni el hecho de que este género suscite aún hoy el interés de tantos cinéfilos y cineastas, como el caso de Quentin Tarantino. Sergio Leone es, en definitiva, un referente del cine moderno cuyas obras son revisadas una y otra vez sin perder un ápice de interés. 


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