domingo, 14 de septiembre de 2014

Primavera tardía (Banshun, 1949) de Yasujiro Ozu




"La soledad es el supremo egoísmo del dolor"

Severo Catalina


Noriko (Setsuko Hara) es una joven que vive con su padre viudo (Chishu Ryu) y dedica todos sus esfuerzos a cuidarle. Pese a que es feliz, las convenciones sociales la hacen demasiado mayor para seguir soltera y su insistente tía empieza a buscarle esposo. Su padre está de acuerdo en todo pero Noriko no quiere dejarlo, pues ello significaría su completa soledad.


Primavera tardía es sin duda uno de los largometrajes más emblemáticos de Yasujiro Ozu y, por extensión, de la cinematografía japonesa. La película se inicia con un plano magistral en el que observamos una estación de tren cuyo letrero presenta indicaciones en japonés e inglés. Con este simple gesto hacia el espectador, Ozu introduce la contextualización de su historia -poco después del fin de la Segunda Guerra Mundial y en plena ocupación Estadounidense de Japón-, algo que estará muy presente a lo largo del filme y que ha marcado irremediablemente las vidas de los personajes que en él aparecen, así como la de la sociedad nipona en su conjunto.

La narración presenta una historia que Ozu retomaría en más de una ocasión años después: Un hombre mayor y viudo que ve como irremediablemente su destino es la soledad, pues el paso del tiempo hace que su hija emprenda su propia vida conyugal. Esta situación, tan cotidiana, natural y a su vez trágica, hace que el espectador se sienta tremendamente afligido ante la historia y que empatice profundamente con todos sus personajes.


La maestría de Ozu y su pausado ritmo narrativo le permiten hacer hincapié en los cambios socioeconómicos que se están produciendo en su país mientras sigue desarrollando la narración. El uso de los objetos como símbolos permite al director contar, mediante las imágenes, muchos más de lo que aparentemente está sucediendo. Puro arte, puro cine.

Pese a que en un primer momento los planes de la tía de Noriko fracasan, ésta acaba encontrando a un nuevo pretendiente y el matrimonio sigue adelante. La protagonista se muestra dubitativa en todo momento; el amor que siente por su padre le impide afrontar su futuro libremente, pese a que todos los elementos la conducen a ello. Resulta admirable como el guión de Ozu y su habitual colaborador y amigo Kogo Noda trabaja minuciosamente la evolución de todos los personajes y consigue conjugar a la perfección todas las circunstancias expuestas. 

El formidable trabajo de los interpretes tiene también mucho que ver en el éxito artístico del filme, aunque tratándose de un filme de Ozu uno debe hacer siempre especial mención al trabajo de dirección. Con su particular, único e intransferible estilo -cámara baja, planos milimétricos, importancia de la geometría y los elementos vivos y materiales etc.-, el maestro nipón eleva esta cinta a la categoría de indiscutible obra maestra.


Una de las más sobrecogedoras escenas que un servidor haya podido ver en una pantalla cierra el filme: El padre de Noriko llega a casa tras la boda de ésta. Está solo sentado en una silla en medio del comedor cuando empieza a pelar una pieza de fruta. Ozu centra la atención en este gesto para luego cambiar a un plano cercano de su rostro. Amargas lágrimas se precipitan por sus mejillas. El espectador no puede evitar acompañarle. Se produce el último corte de la película y Ozu nos muestra el mar, con la continua llegada de las olas a la arena. 






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