"No hay final. No hay principio. Es sólo la infinita pasión de la vida."
Federico Fellini
Roma es un evocador retrato de la capital italiana en dos épocas distintas: Poco antes del inicio de la Segunda Guerra Mundial -que se corresponde con la llegada de un joven Fellini a la ciudad- y la otra ubicada en la actualidad -naturalmente, nos referimos a la actualidad del filme, allá por los inicios de los setenta.
Como venía haciendo en sus últimos trabajos, Fellini optó en Roma por una narración de episodios que solo en algunos tramos posee cierta correlación lineal. La película se divide en las dos etapas anteriormente mencionadas y Fellini ejerce de narrador para contar algunas de sus experiencias personales en la ciudad y para reflexionar sobre la misma. Por lo tanto, la cinta posee cierto carácter mágico o místico, que se corresponde con el mundo de los recuerdos, y también ciertos aspectos de un cine documental y descriptivo que pretende evocar la realidad de la ciudad eterna.
Las dos partes, por supuesto, se encuentran intercaladas entre si y van acompañadas de la magistral música de Nino Rota y de una barroca puesta en escena que encumbra el estilo visual felliniano.
El sexo y el humor, como siempre ocurre en el cine del maestro Fellini, ocupan un lugar muy destacado dentro del filme. La parte de los recuerdos es posiblemente la más destacable. Repleta de ingenio y situaciones, digamos, peculiares, se nos describen las cenas populares de verano, el ascenso del fascismo en Italia, los prostíbulos de la época etc. No hay duda de que Woody Allen se inspiraría en ella para rodar Días de radio en 1987, aunque su evocación tuviera lugar en Nueva York.
En cuanto a la otra parte, seguramente más anárquica narrativamente y con un menor valor poético, debemos decir que también posee escenas memorables. El momento en que la cámara viaja por la autopista, recorre las calles Romanas repletas de hippies o descubre las ruinas de una casa clásica que se conserva en perfecto estado durante las obras de la nueva línea de metro, etc.
Otro momento antológico y tremendamente divertido que vale la pena recordar es el desfile de moda eclesiástico. Fellini evidencia sus reticencias hacía la institución católica, de gran poder e influencia en Roma.
Pese a que son muchos los que consideran Roma un trabajo menor de Fellini, debemos afirmar aquí que se trata de un notable ejercicio cinematográfico que recoge lo mejor -y quizá también lo peor- de su realizador. Lo que queremos dejar claro es que Roma nos parece, a todas luces, un filme más completo y acertado que Satiricón (Fellini Satyricon, 1969) realizada apenas tres años antes, y en cambio claramente inferior a la magistral Amarcord (ídem, 1973), que Fellini dirigiría solamente un año después y que resultó, a nuestro entender, su última gran obra.
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