domingo, 20 de abril de 2014

Ordet (La palabra), (Ordet, 1955) de Carl Theodor Dreyer




¿Por qué entre los creyentes no hay uno solo que crea?


La acción se sitúa a finales de los años 20. En una granja de la Jutlandia Occidental reside la familia Borgen, compuesta por el patriarca Morten (Henrik Malberg), sus tres hijos, la esposa del mayor de ellos, y sus dos nietas. Johannes (Preben Lerdorff Rye) ha perdido el juicio y cree ser la encarnación del nuevo Jesucristo. Además, el más joven de los hijos de Morten, Anders (Cay Kristiansen), se ha enamorado de una joven que pertenece a una orden religiosa rival.


Ordet es generalmente considerada la mayor obra maestra del director danés Carl Theodor Dreyer. La obra del cineasta escandinavo puede no ser muy extensa, pero está repleta de filmes de enorme calibre. De lo que no hay duda es que Ordet es una de las cimas del cine Europeo de los años 50. 

La película, basada en una obra de Kaj Munk, presenta a una familia que vive en una comunidad profundamente religiosa pero que se relaciona con la fe de manera individual y diferenciada. Así, cada personaje -no únicamente los principales sino también los secundarios que van apareciendo a lo largo del metraje- presenta una posición distinta respecto a la religión. Por un lado tenemos el abuelo Morten, que al igual que el padre de la joven que ha conquistado el corazón de su hijo Anders, representa aquella creencia intransigente y rigurosa; por otro está Mikkel (Emil Hass Christensen), el mayor, un ateo convencido; su esposa Inger (Brigitte Federspiel), que muestra el lado más humanista de la fe; el joven Anders, que resta indiferente hacia las cuestiones teológicas; y por último Johannes y las dos niñas, que simbolizan la fe ciega mediante la locura y la más pura inocencia. 


Pero Ordet no reflexiona únicamente sobre la fe y la religión, también se muestra como un relato costumbrista que contrapone los tiempos pretéritos con el futuro. Buen ejemplo de esto son las discusiones que mantienen el doctor, hombre de ciencia, con el párroco, simbolizadas por los transportes que estos usan -el coche en el primer caso y el clásico carro en el segundo. 

Pero la complejidad de esta obra de Dreyer va mucho más allá de lo que aquí podamos resumir. Su escena final, en que la fe de la hija de Inger la devuelve la vida, es el perfecto ejemplo de las múltiples lecturas que se pueden extraer de la película. En nuestro caso, coincidimos con aquellas que apuntan a que el milagro que nos retorna a Inger -este personaje es tan humano y maravilloso que uno acaba por apreciarlo profundamente- es un canto a la vida, una exaltación del poder de la fe no solo en Dios sino también en el hombre. El poder de la fe, en definitiva. 


Analizando la película desde el aspecto formal, hay que apuntar que Ordet recoge en su plenitud las características más personales de su director. El predominio de los tonos claros se hace patente gracias a la extraordinaria fotografía de Henning Bendste y se combina con la austeridad en la decoración tan recurrente en el arte Dreyeriano. El danés dirige mediante largos planos secuencia en que la cámara se desplaza con suavidad siguiendo la acción. Este ejercicio de planificación encumbra la técnica del escandinavo y asienta el estilo lingüístico que el director venía desarrollando. También hay que destacar el trabajo de todos los actores y la hondura del guión adaptado por el propio director. 

Como decíamos, esta es una obra imprescindible, referente absoluto del cine de Carl Theodor Dreyer y uno de los acercamientos más conseguidos al complejo mundo de la religión y la fe. 






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