"Guarda a tu amigo bajo la llave de tu propia vida"
William Shakespeare
En la Roma de la posguerra dos niños que se ganan la vida como limpiabotas sueñan con comprarse un hermoso caballo blanco. Uno de ellos es huérfano, pero el otro tiene padres y hermano. Éste último, mayor que ellos, está metido en el mercado negro y ofrece a los muchachos un trabajo con el que podrán cumplir su sueño.
Vittorio De Sica es un cineasta un tanto denostado e infravalorado dentro de los círculos de críticos. Su obra y sus aportaciones al movimiento neorrealista de los años cuarenta, pese a ser reconocidas, suelen situarse por debajo de la contribución de Roberto Rossellini, lo cual nos parece una injustícia.
Si bien es cierto que Rossellini fue todo un portento como cineasta y que De Sica se inclinó en la etapa avanzada de su trayectoria por la realización de comedias -cuyo valor cinematográfico es incuestionable-, también lo es que los filmes neorrealistas del segundo no tienen absolutamente nada que envidiar a los del maestro Rossellini.
Decimos todo esto únicamente por que queremos reivindicar la figura de un artista cuyo cine fue profundamente humano y que nos legó joyas como El ladrón de bicicletas (Ladri di biciclette, 1948) -a opinión de quien suscribe estas líneas la cima del neorrealismo italiano-, Umberto D. (ídem, 1952) o la película que aquí nos atañe, El limpiabotas.
El argumento del filme ya ha sido expuesto: dos muchachos que comparten sueños, oficio y una férrea amistad deciden comerciar en el mercado negro a cambio de una compensación económica que les permita comprar un caballo. Cuando son delatados, la justícia italiana les interna en un centro de menores donde serán separados y vivirán un seguido de experiencias que transformará de forma trágica su vida y amistad.
La dinámica narración de De Sica alterna momentos de ligereza cómica con la más estricta y cruda realidad de un país sumido en la pobreza y la deshumanización. La crítica al Estado, el derecho y las instituciones represoras resulta feroz y muy evidente. Un buen ejemplo es el magnífico plano con el que el director abre la escena del juicio. En él vemos una inscripción que reza: "La justícia es igual para todos". Evidentemente, no lo es.
Pero más allá de sus características formales -que son acordes a los principios neorrealistas: actores no profesionales, localizaciones reales etc.- de su sentido crítico y sus virtudes argumentales, lo que hace de El limpiabotas un filme inolvidable es el perfecto tratamiento que se realiza de la relación entre los dos jóvenes protagonistas.
Encarnados por Franco Interlenghi y Rinaldo Smordoni, a los dos muchachos les une una dura situación vital: la de tener que trabajar limpiando zapatos en las calles de Roma. Pese a sus circunstancias no dejan de ser niños y comparten sueños y esperanzas. Su internamiento en la institución reformatoria irá separándoles de forma inevitable pese a que su amor mútuo nunca desaparecerá. El plano recogido en la anterior imagen sirve a De Sica para simbolizar el distanciamiento del que hablamos.
En definitiva, El limpiabotas es un filme conmovedor, tremendamente humano, tierno y cruel al mismo tiempo. Una película que genera una enorme tristeza y frustración en el espectador. Un cine en mayúsculas que se muestra comprometido socialmente y que denuncia sin temor las injusticias de su época. Un clásico imprescindible de su movimiento y del cine europeo.
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